La torpeza o esa forma de liarla parda

A la tierna edad de 14 años empecé con una época de manos de trapo. Mis manos se asemejaban más a la inutilidad de los playmobils de turno que a la grácil maestría de una dulce muchacha.

Cualquier elemento propicio de romperse que caía en mis manos acababa, como era de esperar, hecho añicos. Por supuesto, aguanté con estoicidad las broncas de mi madre por romper otro vaso o los constantes chistes de mi hermano acerca de mi torpeza extrema. Así que cuando superé esa etapa me sentí como si hubiera superado las 12 pruebas de Asterix, ¡por Osiris y por Apis!





Pues bien, esa etapa ha vuelto. Claro, plena edad del pavo. No podía ser de otra manera.
Eso sí, con matices... ahora se me caen líquidos en todos los aparatos tecnológicos. Casi todas las semanas alimento mi ordenador del trabajo con un té. Incluso estoy por comprarle unas galleticas, ala, por salao.

Lo bueno de tener un garfio por mano es que te das cuenta de que la gente de alrededor tuya tiene una rapidez mental y de movimiento pasmosa. Mientras todavía tú estás con tu neurona monologando el tan sufrido: cómo me puede pasar esto a mí... otra vez... resulta que las niñas ya han sacado un trapo, levantado todos los cables y apartado la pantalla.

Así que unas de las cosas buenas es que esta vez nadie me riñe porque los vasos los compro yo de mi bolsillo. ¿Os apetece otro té? Nos os preocupéis a este invita mi teclado.





1 comentarios:

Dagda dijo...

Yo siempre he tenido manos de trapo, con lo cual esta etapa de la adolestreinta no es nueva. Mi portátil ha muerto hace dos días debido a que mis dedos parecen un manojo-pollas. Pero me encanta el artículo, no tiene desperdicio.

 

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