El que espera, desespera. En la época en la que vivir en el presente es la mejor de las opciones, la paciencia es la virtud de los inertes. Lo quiero todo y lo quiero ahora.
Permanecemos en el andén después de oír a lo lejos el silbato que avisa del cierre de puertas, ponemos el punto muerto en el embotellamiento, devoramos capítulos en la consulta del médico, calentamos asientos en salas de Ministerios, resoplamos en la fila del banco, apostamos por la línea más corta en la caja del Mercadona... Estáticos, alimentamos gota a gota la idea de un fin de semana como auténticos rebeldes.
It's our time to make a move, it's our time to make amends,
it's our time to break the rules.
Lets begin...
And I said hey!, hey, hey, hey,
Living like we're renegades, renegades...
Pero, ¿de verdad todas las esperas son tan irritantes? SÍ, lo son!!! (¿acaso esperabas un no?)
Lo que convierte una espera de cualquier tipo en algo llevadero es la expectativa, la ilusión por lo que viene a continuación. La chica que llegará en el próximo metro, el olor del mar al acercarse a la costa, el desenlace de la historia, la devolución de la renta retenida, el cobro del cheque del mes, la cena en casa con los colegas... Invariables, sabemos que hay peajes de tiempo que, simplemente, merece la pena pagar.
Y esperar con in-quietud, en movimiento, con la confianza puesta en que el resumen de todas las situaciones de nuestra vida terminará por ser algo legen..., espera un momento..., dario!, legendario!.
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